Salimos de Bissorã el día 24 de diciembre Luci, Panto, René, Uri y yo. Cansados y adormilados por el madrugón pero ilusionados por el viaje que acababa de comenzar. Entre unas cosas y otras tuvimos que estar esperando casi una hora para poder coger el un coche que nos llevara hasta Bula, a unos 40 minutos de Bissorã. Una vez allí, no sin antes casi atropellar a un cerdo y unos cuantos adelantamientos peligrosos, comenzamos a buscar un nuevo coche que nos llevara hasta São Domingo. No había ninguno, pero el conductor que hacia el viaje Bula-Engoré, por unos cuantos Francos más nos llevó hasta allí, en una furgoneta en la que bien apretaditos viajamos unas veinte personas y alguna que otra gallina. El camino fue amenizado por un hombre que durante casi las dos horas de trayecto predicaba a voces y en kriolo que el fin del mundo estaba muy cerca, mientras un policía, que también viajaba junto a nosotros, le seguía la bola y se reía de él. El viaje fue muy incómodo, debido al asfixiante calor, la imposibilidad de movimiento y el fuerte olor a humanidad. Se hizo ameno gracias al impresionante paisaje de manglares que atravesamos.
Llegamos a São Domingo, allí debíamos cambiar de coche para llegar a nuestro destino final, Ziguintchor (Senegal). Teníamos dos opciones, un coche todo chatarra, sin ventanas y con un par de cabritas en la baca, y otro coche en “mejores” condiciones pero al cual teníamos que esperar a que se llenase. Optamos por esta segunda opción. Después de 45 minutos de viaje llegamos al puesto fronterizo, donde un par de policías no sellaron los pasaportes, no sin antes tirarnos los trastos con toda la naturalidad del mundo. Aquí la policía abusa de su privilegiada posición haciendo y diciendo lo que les viene en gana, aún más que en España.
Nada más cruzar de un país al otro comencé a notar los cambios, sobre todo en la infraestructura. La carretera dejó de tener agujeros, e incluso contaba con señales de tráfico y las líneas pintadas en el asfalto para diferenciar los carriles, eso sí, el conductor seguía conduciendo a lo guineense, por medio de la carretera.
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Puerto de Ziguintchor (Senegal) |
Llegamos a Ziguintchor, después de unos cuantos controles policiales más. Nos hospedamos en casa de la prima de Uri, Aissa.
Ziguintchor es la capital de la región de Casamance y la tierra de nuestro guarda Leopold. Esta región está en lucha armada con el estado de Senegal con el fin de obtener la independencia. Leopold pertenece a los rebeldes independentistas y por dicha razón tuvo que exiliarse a Guinea-Bissau donde según él lleva siete años, según la gente de Bissorã, más de dieciocho. Ahora no puede volver a su tierra porque está amenazado de muerte. Por eso, nos mandó el recado de buscar a su esposa y a sus hijos.
En la casa de Aissa también conocimos a Binto, Sofie, Mariama y un par de señoras mayores muy entrañables que se pasaban el día tumbadas en el suelo del salón. En seguida comencé a sentirme como en casa, gracias a la hospitalidad de la familia de Uri que nos trataban como a hermanos, sin conocernos de nada. A pesar de las dificultades comunicativas con el idioma, ya que mi francés es nulo exceptuando saludos y cuatro palabrejas más, se creó un clima perfecto.
En la casa de Aissa también conocimos a Binto, Sofie, Mariama y un par de señoras mayores muy entrañables que se pasaban el día tumbadas en el suelo del salón. En seguida comencé a sentirme como en casa, gracias a la hospitalidad de la familia de Uri que nos trataban como a hermanos, sin conocernos de nada. A pesar de las dificultades comunicativas con el idioma, ya que mi francés es nulo exceptuando saludos y cuatro palabrejas más, se creó un clima perfecto.
Los días en Ziguintchor pasaron relajados, hicimos mucha vida en familia y de vez en cuando nos permitimos algún homenaje alimentario, comida de la que no podemos disfrutar en Guinea.
La cena de noche buena fue al estilo africano, comiendo con las manos, se nos caía todo, debíamos ser bastante cómicos porque no paraban de reírse. Por la noche fuimos a un bar con música en directo, donde tocaba un grupo llamado la Nueva Orquesta de Casamance, que hacían una mezcla entre reggae y salsa. Sonaban bastante bien y era imposible no bailar.
Al día siguiente Luci y yo tuvimos una sesión de peluquería africana, las primas de Uri se pasaron la mañana haciéndonos trencitas en a peluquería donde Aissa trabaja. Fue una mezcla entre relax, dolor, cansancio y entretenimiento. Las peluquerías africanas se alejan mucho de las occidentales, en lugar de secadores, rulos y tintes te encuentras pelucas y pelos postizos de todos los tipos. La peluquera mientras te peina se marca un baile, una señora entra y mientras espera su turno, se saca una esterilla de detrás de una silla para echarse una siesta de hora y media tumbada en mitad del local.
A la mañana siguiente nos disponemos a realizar la misión encargada por nuestro guardián, para ello nos desplazamos al mercado central, donde según las indicaciones de Leopold, su mujer, Angel, vende pescado. Nos adentramos acompañados por un chaval que dice conocerla, en medio del bullicio, de la muchedumbre, los intensos olores, las infinitas moscas, los charcos en el suelo, los miles de vendedores tratando de hacer su agosto con el grupo de blancos. Finalmente llegamos a la zona donde se vende el pescado. El olor comienza a ser insoportable y decido comenzar a respirar por la boca. No hemos tenido suerte, la gente nos dice que Angel no ha venido hoy al mercado porque ha fallecido un amigo suyo. Salimos de allí haciendo el mismo recorrido que a la entrada, pero esta vez tardamos el doble ya que Panto se entretiene con el juego del regateo. Al final la cosa le sale bien y se vuelve con un par de camisetas de futbol a un precio de broma. Ya está haciendo planes de negocio de exportación de camisetas de futbol para España.
Nuestra estancia en esta ciudad llega a su fin. Quedamos encantados con la hospitalidad de sus gentes. La siguiente etapa: Ziguintchor-Dakar vía marítima.
PAULA MUÑOZ ANTÓN