martes, 1 de febrero de 2011

Viaje 2ª parte: Zinguintchor-Dakar.




A las 15.00h de la tarde cogemos el barco que nos llevaría hasta Dakar. No llegaremos a la capital de Senegal hasta las 7:00 de la mañana; nos esperan 16 horas de viaje por el Atlántico.
No tenemos camarote, puesto que la diferencia de precio entre tener cama y no tenerla es bastante grande, asique optamos por la opción barata. Eso sí, el barco es bastante grande y moderno, nada que ver con el transporte con el que nos habíamos estado moviendo hasta el momento. 

En el Touba


Hasta el anochecer estuvimos en la cubierta disfrutando de una increíble puesta de Sol. Cenamos un bocata y nos dispusimos a dormir, cosa que no fue nada fácil. Después de unas cuantas horas tratando de buscar una postura cómoda que me permitiera conciliar el sueño, entre el movimiento del barco, el bullicio de la gente, los llantos de los niños y las dificultades de dormir en una silla, decidí salir al pasillo y tirarme en el suelo, donde cada dos por tres los musulmanes distraían mi sueño realizando sus rituales de rezo.
A las 5 de la mañana ya estaba despierta y con la espalda molida, en 2 horas más llegaríamos al puerto de Dakar. La imagen de la ciudad desde el barco me impresionó, edificios altos y mucha iluminación.
Cogimos un taxi que nos llevó hasta la casa de Hadi el hermano de Uri. Es una habitación humilde al lado de una cuadra de carneros, el baño esta fuera, un cuartucho sin luz y con un agujero en el suelo. Una vez más el francés me dificulta la comunicación, aunque esta vez puedo hablar con Mamadú, un tío de Uri profesor de lengua portuguesa en Cassamance que está en Dakar pasando las Navidades con la familia. La casa está al lado de la playa, que es increíblemente grande, km y km de arena, eso sí, ni gente bañándose, ni sombrillas, ni chiringuitos, ni personas torrándose al sol… sólo de vez en cuando un grupo de chavales haciendo deporte y algún hombre lavando a los carneros en el agua del mar.
Ese mismo día junto al tío de Uri, vamos a patear la ciudad. Como andamos muy alejados de la zona céntrica tenemos que coger un Touba (un pequeño autobús muy colorido en el que como siempre se montan el doble de las personas que se debería) Touba también se le llama a un café con especias que venden por todos los rincones y Touba también se nos llama a nosotros, los blancos.

El trayecto es larguísimo, pero se me hace ameno, no paro de mirar por la ventana. Dakar me impresiona, me sorprende su tamaño inabarcable y ese toque de modernidad que hasta ahora no había visto en África. El tráfico es una locura, en muchos momentos temí por mi vida, y los atascos son insoportables, pero la gente no se desespera, ni grita, ni pita, simplemente espera con paciencia. Puedo notar el calor asfixiante mucho más seco que el de Guinea, la vegetación selvática ha desaparecido por completo, es como una ciudad dentro de un reloj de arena. Después de las dos horas en aquella lata de sardinas con ruedas y bañada en una sopa de sudor, llegamos al centro. Necesitamos agua y mear, Luci y yo nos disponemos a ir a un baño en una gasolinera, y es aquí cuando empezamos a tener la sensación de que Mamadú va a ser una presencia un tanto incómoda en el viaje. No nos dejó ir solas al baño, tampoco a comprar agua, todo lo hacía por nosotros de forma servicial, pero hasta el punto de sentirnos anulados, especialmente con Luci y conmigo, debido a la gran carga machista de su educación. El quería ser nuestro guía y protector, nosotros queríamos pasear a nuestras anchas por Dakar. Cada vez que nos parábamos con algún vendedor callejero se desesperaba, cada vez que alguno de nosotros quedaba atrasado del grupo charlando con cualquiera, comenzaba a llamarnos sin paciencia. Esta situación era realmente tensa y los choques culturales se agrandaban cada vez más.

Por la noche fuimos a un concierto en el monumento del Renacimiento Africano. Una escultura descomunal, ostentosa y hortera que había costado un dineral y que tiene bastante cabreado al pueblo senegalés. En el concierto nos encontramos con Pedro, un amigo español que esta de voluntario en Canchungo una ciudad a una hora y media de Bissorã. Disfrutamos de dos conciertazos, uno de música tradicional de Guinea-Conakry y otro de una banda de jazz. La pena fue que nos pudimos quedarnos hasta el final, porque Mamadú estaba harto, en parte de nosotros, en parte de la música, porque según él, su educación en la escuela coránica no le permite ni cantar, ni bailar. Terrible represión que ha hecho de este hombre una persona con un carácter un tanto difícil. Debemos ceder y volver a casa, puesto que somos invitados y estamos agradecidos por su acogimiento, pero comenzamos a plantearnos buscar otro alojamiento para tener libertad.
Al día siguiente, seguimos de turisteo, vamos a visitar una isla a 30 minutos de Dakar llamada Gorée.

Gorée es patrimonio de la humanidad, tiene un gran simbolismo para los africanos, puesto que era allí donde se llevaban todos los esclavos del continente para luego partir con ellos hacía América. La llamaban la puerta sin retorno. Ahora está llena de rastafaris y artistas que le dan un encanto especial. Allí conocimos a Juliano, un rasta muy personaje que había vivido en Pinto, dónde tiene una asociación de arte, llamada “Pintando el corazón de Gorée”.
Es en la isla donde saltaron las chispas con Mamadú. Le explicamos a Uri lo que sentíamos, el nos comprendió diciendo que en la familia le llamaban el complicado. Le dijimos que agradecíamos lo que su tío hacia a su manera por nosotros, pero que a partir de ahora preferíamos continuar el viaje solos. Es ahora cuando pensamos en la opción de adelantar la vuelta a Guinea-Bissau, bajando en coche desde Dakar y parando en Gambia.
Estábamos algo indecisos, esa misma mañana habíamos leído en el periódico, que la situación estaba revuelta por la guerrilla de Cassamance. La frontera entre Senegal y Gambia, se acababa de abrir después de 24 horas cerrada por un tiroteo entre los rebeldes independentistas y los militares. Además nos habían advertido que el viaje era muy cansado y que la policía de Gambia abusa especialmente de su autoridad con los blancos, pidiendo dinero y objetos personales para poder cruzar la frontera. Decidimos pasar un día más en Dakar por el momento.
La última noche fuimos a otro concierto, dentro del programa del festival de las artes negras, la sorpresa fue ver que el artista de esa noche era Tiken Jah Fakoly. Cosa que averiguamos en el mismo día, debido a que el programa se elaboraba pero nunca se cumplía, aunque nos quedamos con la pena de no ver a Salif Keita, concierto que estaba anunciado. Fue un completo caos. Una multitud de gente que se desesperaba y empujaba sin parar en medio de una calle sin cortar por donde pasaban motos abriéndose camino entre los miles de personas allí reunidas. Entonces nos encontramos a Juliano el rasta de la isla y a Pedro el de Cachungo, una vez más el mundo es un pañuelo. Así termina nuestra historia en Dakar.

PAULA MUÑOZ ANTÓN

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