domingo, 8 de mayo de 2011

Un día en Bissorã (Guinea-Bissau, África)


Bissorã, 29 de marzo 2011

Mi barrio en Bissorã

Son las 6 de la mañana y las mezquitas de la ciudad comienzan a llamar a sus fieles para acudir al primer rezo del día. Estos cantos penetran en mi sueño y me hacen abrir los ojos, doy un par de vueltas en la cama y feliz me voy a dormir, pues sé que aún me quedan dos horas más de sueño a duermevela entre el cacareo de los gallos, el rebuznar de los burros, el balar de las ovejas y los golpes en la chapa del tejado de algún buitre torpe.

A las 8 de la mañana llega mamá Arminda cargada de energía dispuesta a terminar de despertarnos con su voz quebrada y aguda “lanta djotos! Sol manse!” (levantar dormilones ya ha amanecido). Pegada a las sabanas por el sudor de toda la noche me voy a la ducha, lleno un cubo de agua fresquita de un bidón que tenemos como depósito y me lo tiro por todo el cuerpo. Ahora ya ha comenzado el día. Pongo agua a hervir para hacer té y salgo a la calle para buscar el “matabicho” (el desayuno). Compro un par de barras de pan recién salidas de un horno de adobe a una mujer que las vende en frente de casa expuestas en una mesita de madera. Si ha sobrado tomate de la cena me hago un pantumaca, si no como un mendrugo de pan con azúcar. Cojo la bici y me voy hasta “Mangulum”. Mangulum es el lugar donde se encuentra la Escuela de Formación Profesional y todas las oficinas de los demás proyectos de ADPP, la ONG con la que trabajo. Le han dado este nombre porque es un lugar repleto de árboles de mango. Por el camino la gente me da los buenos días desde sus casas:

-“Bom dia Paula, Kuma ki bu manse?” (Buenos días Paula, ¿qué tal has amanecido?),

-“Manse diritu obrigado” (Muy bien gracias).

Los niños corretean detrás de la bici gritando mi nombre y aquellos que no se lo saben me gritan “branku pelele” (Piel blanca).

Llego a la oficina del Club de Agricultores, proyecto donde estoy de voluntaria. Los días que no voy a Cawal a trabajar con nuestro proyecto de la escuela me voy a otras “tabancas” (aldeas) con Rosenda o Raquel, dos guineanas que trabajan como animadoras de salud. Nos desplazamos en moto para hacer sensibilización sobre enfermedades como cólera, malaria y sida, uso de letrinas e higiene básica. Si no tengo ninguna salida programada me quedo en la oficina escribiendo estos correos como forma de informaros y para entretenerme. También estoy preparando seminarios de formación para los animadores que trabajan en las tabancas junto con los agricultores. Ahora estoy trabajando en un seminario sobre nutrición y otro sobre técnicas de intervención con la Comunidad. De nutrición no tengo ni idea, por eso estoy leyendo un libro y algunos documentos de la FAO, aparte de que cuando voy a Bissau intento descargarme información en internet. Aquí la alimentación es muy pobre y la mayoría de los niños crecen a base de arroz. Desde el proyecto se intenta que los agricultores enriquezcan su alimentación cultivando otros productos para que los incorporen a su dieta además de que puedan aumentar su producción y venderla en los mercados locales para mejorar la economía familiar. La idea es buena, la práctica es complicada, pues el hábito es lo más difícil de cambiar, aunque es cierto que el proyecto está consiguiendo grandes cosas.

Después del día de trabajo solemos hacer una visita a “Kó de Mana Guida” (Casa de Guida), el único rincón de la ciudad donde puedes tomarte algo fresquito. Y ese algo fresquito suele ser una cerveza que realmente se agradece con este calor. Es nuestro momento de evasión, una forma de conectar con la tradición española de las cañas, pero sin tapa, claro está. Este lugar está de camino a casa, y desde que lo descubrimos suele ser parada obligatoria. Ya sabíamos de su existencia antes de llegar porque otros voluntarios nos habían hablado de Guida, tardamos algo en reconocer el bar, ya que aparentemente es una casa típica guineana, que nada tiene que ver con la idea que tenemos interiorizada de bar, por muy cutre que lo pintemos en España. En Guida siempre nos reunimos los mismos y se forma una pequeña familia. En realidad Bissorã es una ciudad enlazada de parentescos, donde todos son primos, hermanos, nietos, abuelos, tíos… es un gran árbol genealógico.

Mientras disfrutamos de la cervecita suele andar el pequeño Fabio correteando por la casa. Fabio es el nieto de Mana Guida, y el niño más encantador de Bissorã. Tiene cuatro añitos y es un puro torbellino de alegría, es imposible pasar un segundo a su lado sin sonreír. Baila y canta el “Waka, waka” con mas estilo y salero que Shakira.

Después de una, dos o tres cervezas, según las ganas y dependiendo de nuestra economía de voluntarios, volvemos a casa, donde nos espera Arminda entre el fogón de carbón cocinando el plato típico: arroz, una ensalada de tomate y alguna que otra variación, que suele ser berenjena, pescado o patata. Cenamos a eso de las siete y media de la tarde, hora a la que el sol se esconde, dejando una increíble imagen en el horizonte y tiñendo el cielo de un rosa amoratado.

Si han comprado gasolina (cosa que rara vez suele ocurrir) encendemos el generador, todo un ritual y se hace la luz. Si no, cenamos a lo romántico, con un par de velas prendidas. Mientras comemos se van uniendo a la mesa diferentes amigos que pasan por enfrente de casa, o conocidos y desconocidos que nos saludan desde la ventana. Como dice el refrán, donde comen dos comen tres, y más en África.

Luego aparece Leopold, nuestro guardián, del que ya os he hablado varias veces. Con una sola mirada ya podemos averiguar las condiciones en las que llega. Si no anda con un trago de más de vino de palma se une con nosotros a la mesa y nos divierte con alguna de sus excéntricas anécdotas. La última novedad que le pasa por su cabecita loca, es irse a Cabo Verde en cayuco. La distancia que separa Cabo Verde con Guinea es realmente grande, pero Leopold piensa, que desde Guinea se avistan las luces de Praia, capital del archipiélago caboverdiano. Sólo tendría que seguirlas para llegar hasta allí. Verdaderamente este viaje sólo puede tener cabida en la cabeza de un gran soñador. Es una travesía imposible para una canoa a remos. Realmente confía en este viaje y tiene la esperanza de que seamos su tripulación.

Si aparece Eldabliu pasamos la noche tocando y cantando, si aparecen algunos niños, jugando, y así cada noche una noche diferente.

La verdad es que me gusta que la casa esté llena siempre de gente, porque le da alegría y vida. Me gusta la forma de vida africana, donde las puertas siempre están abiertas para todo el mundo y donde la gente es hospitalaria y cercana. Pero sinceramente muchas veces echo de menos los momentos de tranquilidad e intimidad. En un país donde todo se comparte, donde las casas muchas veces carecen de puertas o ventanas, donde un mismo cuarto pueden dormir hasta diez personas y las paredes son de papel de fumar, la intimidad se convierte en un reto casi imposible. En Europa es fácil cruzarse con un vecino y ni siquiera compartir una mirada, aquí tus vecinos son tu familia y como tal debes tratarles, se que acabaré echando todo esto de menos. Bueno aún me quedan 2 mesecitos más para exprimir todo lo bueno que tiene este país y seguir disfrutando, y quién sabe si algún día volveré.

PAU








1 comentario:

  1. QUE DIFERENTE ES TODO, YO CREO QUE TAMBIEN VOLVERIA.SIN ESTAR ALLI SIENTO QUE ME GUSTA ESA VIDA,

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