Salimos de Bissorã un viernes, día de Lumo (mercado grande en la ciudad). Toda la gente está en la calle y han venido mujeres, hombres y animales de varios lugares del país. Nos dirigimos ha “Paragem” con la intención de coger un coche que nos deje en Bula, punto de partida. No tenemos planeado nada y no sabemos muy bien cual será nuestro destino, todo depende de lo rápido que encontremos coches para llegar hasta Zinguintchor, capital de Cassamance (Senegal). Tenemos suerte, un coche de ADPP (la ONG con la que trabajamos) se ofrece a llevarnos en la parte de atrás del 4x4 hasta Bula, una vez allí cogemos una Candonga (furgoneta grande para unas 20 personas) que nos lleva hasta Sao Domingos, ciudad guineana que hace frontera con Senegal. Allí cambiamos de coche para llegar a Zinguinthor. Cruzamos el punto fronterizo y unos cuantos controles militares. En uno de ellos nos paran para registrarnos los macutos y pasamos un momento de risas al ver que uno de los militares confunde un bote de Albahaca con un frasco de Marihuana, fue divertido explicarle lo que era.
En la capital de la región buscamos otro coche que llegue a Cap Skirring, una ciudad costera al Sur del país, primer punto de parada para pasar algunos días. El camino, es espectacular, la naturaleza es increíble pero se encuentra plagada de militares camuflados, algo que estropea un poco el paisaje. Nada más llegar a la ciudad y bajar de la Candonga, unos cuantos rastafaris se disponen a ayudarnos a buscar un lugar donde pasar la noche. No nos hizo falta caminar mucho para percatarnos de que aquel lugar era destino de veraneo de muchos turistas franceses, pues la ciudad estaba totalmente acondicionada para los guiris, restaurantes, mercados de artesanía africana y grandes hoteles, algo imposible de ver en Guinea. Decidimos quedarnos en unas cabañas a pie de la playa, alejadas del barullo urbano, a un precio realmente barato para lo increíble de las instalaciones. Nos acomodamos y nos preparamos para hacer una cena española, pues teníamos un surtido de embutidos que Lucia había traído la semana pasada de España. Nos dimos un gran homenaje con morcilla burgalesa y jamoncito, algo que no habíamos catado desde hace 5 meses y que realmente echábamos de menos. Invitamos a los dueños del hotel, pero sólo Paco, un guineano, pudo probar la comida, pues los demás eran musulmanes y se perdieron el festín. Después de la cena fuimos caminando hasta la ciudad para ir a un concierto de música tradicional Djola y Mandinka (etnias del Sur de Senegal y Guinea). Allí nos encontramos con los rastas que nos habían acompañado a buscar alojamiento. Al principio nos parecieron muy majos, pero al final acabamos algo cansados, pues aparecían en cualquier lugar donde nosotros estábamos y fue difícil quitárnoslos de encima, pues eran autenticas lapas.
Al día siguiente bajamos a la playa, cuando estábamos tumbados comenzamos a escuchar algunas voces que nos eran bastante familiares, giramos la cabeza y nos encontramos a Pura y Antonio dos amigos extremeños que conocimos en Guinea y trabajaban como nosotros de voluntarios, casualidades de la vida estaban durmiendo en las cabañas vecinas. Panto, Luci y yo decidimos ir caminando por la orilla hasta un cabo que sobresalía, por el camino un senegalés se ofreció a acompañarnos hasta un pueblo de pescadores a unos 3km de donde nos encontrábamos. Al llegar vimos un ajetreo de pescadores que llegaban con sus canoas de madera, pintadas con alegres colores a la orilla del mar. Las embarcaciones sólo conseguían salir del agua empujadas por docenas de hombres. Estos pequeños botes iban cargados de pescado y marisco de todas clases. Había ostras, gambas, cangrejos, tiburones, peces martillo…
El pescado se limpiaba en el momento de llegar y luego era vendido a las mujeres, que más tarde se encargaban de distribuirlo por los diferentes mercados callejeros. La arena de aquel lugar quedaba llena de montones de tripas de pescado y desperdicios, por los que las gaviotas se peleaban. A lo lejos de aquel tumulto de personas, pescado y barcas se alzaba una enorme montaña formada por caracolas. Era un gran cementerio de conchas que disponía de una escalerita de madera para subir hasta la cima, donde llegamos con cuidado escogiendo las mejores caracolas para quedarnos de recuerdo. Después del largo paseo hasta las cabañas, llegamos completamente quemados y cansados, una ducha, unas cervezas, algo para comer y a la cama, pues al día siguiente queríamos partir a conocer otro lugar que aún no teníamos muy claro: Djemberen o Carabanne.
Despertamos a las 10 de la mañana, hora que en Bissorã es impensable pues ya se encarga la mezquita, los animales y los niños de que seamos bastante más madrugadores. Después de un bañito en la playa, nos preparamos los macutos para partir finalmente a Carabanne, una pequeña isla situada al norte de Cap Skirring, en la desembocadura del gran rio Cassamance en el océano atlántico. Para ello debemos dirigirnos primero a Elinkinne, lugar donde se cogen los botes que llevan a las diferentes islas. Gambia un rasta que trabajaba vendiendo artesanía en la playa nos ayudó a encontrar transporte y en menos de 30 minutos un coche nos estaba esperando en la puerta. El viaje pasó rápido y ameno, pues no íbamos apretujados como el resto de las veces y en la radio sonaba Bob Marley, mirar por las ventanas era espectacular y relajante, a derecha e izquierda se levantaban enormes palmerales. Diferentes tipos de palmeras se mezclaban formando un bonito bosque tropical. De vez en cuando cruzábamos algún pequeño rio bordado por manglares que clavaban y enroscaban sus raíces en el agua. A veces la vegetación desaparecía por completo y la tierra se quedaba desnuda de un color anaranjado con apenas algunos matorrales secos que se difuminaban con el horizonte.
Al llegar a Elinkinne nos recibieron unos cuántos chicos que se encargaban de transportar viajeros en sus pequeñas embarcaciones de colores. Aún faltaban un par de horas para que el cayuco partiera a Carabanne, decidimos comprar la seña y esperar en el único bar del pueblo. A las tres horas nos vinieron a buscar los chavales pues la barquita estaba lista para partir. Era una patera de madera que disponía de un pequeño motor, nos dieron uno chalecos salvavidas de un naranja pálido y roídos por la fuerza del Sol. En el momento de subir, crucé los dedos porque aquella patera no me inspiraba ni la más mínima confianza. Una vez que arrancó y comenzó a navegar la barquita entre los manglares, me sentí más tranquila, pues el mar no estaba picado y era como una enorme balsa de agua. A un lado y a otro se veía tierra cosa que me daba bastante tranquilidad. El gusanillo del principio desapareció e incluso me atreví a dirigir la barca. Es bastante sencillo, no hay más que llevar la palanca a la inversa de donde quieres desplazar el bote. Durante unos 20 minutos estuve dirigiendo el cayuco, pero enseguida me agobié cuando vi que unas cuantas olas rebeldes azotaron la barca y mojaron el interior. Preferí dejar el timo a su dueño y volver a mi lugar, también Lucí probó a ser timonera. El viaje duró apenas 40 minutos. Y a unos 45 metros de llegar a la oriya la paterita se paró y los dos dirigentes se tiraron al agua. Me quedé bastante desconcertada, no sabía lo que estaba pasando. De repente toda la gente que se encontraba en el cayuco comenzó a lanzarse al agua. La isla quedaba lejos pero el agua no sobrepasaba la cintura. Me pregunté ¿y ahora, como voy a llevar el macuto y la cámara de fotos sin que se me mojen? No pude pensar mucho, uno de los chicos me cogió en brazos, pensé que sólo me ayudaría a bajar, pero se colocó el macuto en los hombros y a mí me cogió a la sillita de la reina para llevarme hasta la misma orilla, el otro chaval hizo lo mismo con Lucia. Y al resto de la gente les tocó mojarse el culo. Yo me moría de la vergüenza pues no entendía porque debía tener aquel privilegio en vez de llegar andando por el mar como todo el demás. Pataleé y le suplique que me bajará, la situación era incomoda y cómica al mismo tiempo, al final le convencí y me dejó en el agua solo necesitaba que me ayudará con el equipaje. De esta forma llegamos a la isla.
PAU
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