jueves, 7 de julio de 2011

Ruta por Cassamance (3ºParte)

A la mañana siguiente nos despertamos dispuestos a emprender una nueva travesía, esta vez en velero. Finalmente decidimos navegar desde Carabanne hasta Zinguinchor (algo que nos llevaría un par de días). Una vez allí volveríamos a Guinea, Abraham y Neus cogerían un ferri para Dakar y Alex se quedaría esperando en Zinguinchor algunos días a Francisco y Adela.

Fue René quien decidió lanzarse al agua y nadar hasta el velero que estaba anclado a unos 30 metros de la orilla para avisar al pirata que dormía en él, de que estábamos dispuestos a partir.

Recogimos los macutos y nos fuimos a comer a casa de Francisco y Sheriff un arroz con pescado riquísimo. Después de una larga sobremesa sentados en la arena de la playa, nos movilizamos para buscar un bote que nos acercara con todo el equipaje hasta el velero de Alex. Fue una tarea complicada, tuvimos que hacer equilibrios para conseguir embarcar todos: René, Ivana, Lucía, Panto, Neus, Abraham y yo, más todos los macutos, una docena de huevos, dos garrafas de gasolina y 18 litros de agua, en un bote que media apenas 2 metros de largo y 1 metro de ancho. Como no conseguíamos remar con la suficiente fuerza, nos tuvo que ayudar Saliff, un joven de la isla con la fuerza de un toro, que se lanzó al agua para empujar la barca hasta llegar al velero. Al otro lado de la orilla quedaron agitando sus manos para despedirnos Francisco, Sheriff, Adela y Buba, el pobre niño lloraba sin parar por nuestra partida.

Una vez todos en el velero, comenzamos a ordenar los equipajes dentro del pequeñísimo camarote, como si jugáramos a un tetris. A pesar de las estrecheces y la falta de movimiento conseguimos acomodarnos rápido y zarpar, a eso de las 17:00h.

El velero se llamaba “Genia” era pequeño, pero disponía de un modesto camarote donde dormía Alex y una salita con un par de camas individuales y una cama doble, un fogón de gas y un diminuto baño. Con tanta gente en el interior, el lugar se hacía claustrofóbico y era un autentico horno, por eso prefería permanecer en cubierta aunque el Sol me quemara la piel.

El paisaje era realmente espectacular, a medida que nos adentrábamos en aquel enorme rio parecían pequeños islotes de selva y manglares dispersos en el agua. El Cassamance es el rio más grande que he visto en toda mi vida, pues había momentos en los que se hacía muy difícil avistar ambas orillas. Tuvimos que navegar sin las velas izadas, pues había demasiada corriente y era arriesgado ya que el barco podía encallar y después resultaba muy complicado moverle, por esta razón debíamos llevar reserva de gasolina y navegar a motor.

Cuando comenzaba a anochecer el capitán del “Genia” cambió el rumbo para meterse por el interior de un bolón, un entrante de agua entre dos enormes manglares. Al intentar adentrarse la quilla del velero tocó fondo y se encalló en la arena, Alex tuvo que estar maniobrando media hora para conseguir salir de allí y todos los demás debíamos seguir sus indicaciones para repartir el peso y facilitar el proceso, el cuál no duró mucho tiempo. Según nos adentrábamos, la selva se hacía más espesa y se escuchaban sonidos de animales a un lado y a otro. Todos íbamos sentados en la cubierta, pendientes de cualquier chapoteo en el agua. Como en la tripulación llevábamos dos biólogos el viaje se hizo aún más interesante.

El atardecer en aquel barco fue increíble, el Sol rojo se escondía a lo lejos detrás de baobabs y palmeras, dejando una silueta morada en el horizonte. Llegó la noche y tuvimos que echar el ancla. El barco se mecía suavemente como una hamaca y en medio de aquella completa oscuridad y tanta selva virgen, comencé a sentirme muy perdida y algo insegura. Conciliar el sueño iba a ser tarea difícil. Miraba a un lado y a otro y todo lo que abarcaban mis ojos era absoluta negrura pero si miraba hacia arriba contemplaba un mar de estrellas. Cuando el barco se mecía y se formaban pequeñas olas, en el agua resplandecían diminutos puntitos de colores fluorescentes que parecían purpurina formados por el plancton suspendidos en el agua.

Alex, comenzó a contar historias que cada vez apretaban más fuerte el nudo que se había formado en mi garganta. Nos avisaba de que el ancla podía soltarse y el barco podía andar a la deriva durante toda la noche, de manera que nos desviaría la ruta y andaríamos perdidos. Aunque nos tranquilizaba diciéndonos que no podría llegar muy lejos, mi imaginación echaba a volar y veía en mitad de la nada, deslocalizada pues la radio en aquel lugar por supuesto no tenía señal.

No sólo me preocupaba viajar a la deriva durante toda la noche, si no también los animales acuáticos que se ocultaban en aquellas aguas. Sabíamos que había tiburones martillo, pues ya nos habíamos encontrado uno muerto en la orilla de Carabanne. Alex además nos había hablado de que en aquellas aguas también habitaban tiburones tigre, manatíes que se ocultaban entre las raíces de los manglares e incluso cocodrilos y pitones que podían salir de la selva y sumergirse en el agua. De hecho Alex en su travesía conoció a un francés que navegaba por aquellas costas que tuvo una mala experiencia con una serpiente que se le subió al velero y a la que tuvo que echar a palazos.

Con todas estas historias, fue realmente difícil dormir, aparte del apretado espacio y el calor húmedo que nos empava como si nos estuvieran tirando cubos de agua por todo el cuerpo. Cuando trataba de conciliar el sueño la cadena que amarraba el barco hacía un ruido terrible y de vez en cuando el velero se zarandeaba más de la cuenta. Nuestro capitán, nos intentaba calmar diciendo que eran pequeños peces que jugueteaban alrededor del ancla, pero a mí aquello me parecía un enorme bicho que prefería no imaginar.


Atardecer en el Genia

Después de una noche a duermevela, los primeros rayos de Sol penetraron en mi cuerpo llenándome de tranquilidad. Salí a cubierta y al ver que el barco no se había desamarrado y aquel espectacular amanecer me carguó de energía positiva. Alex se había despertado muy activo y estaba preparándonos el desayuno, crepes con chocolate y té, un manjar para todos esos estómagos que ya llevábamos mucho tiempo en África. Tras el desayuno, zarpamos para Zinguinchor.

A mitad de viaje el barco volvió a encallara en un enorme banco de arena, asique tuvimos que realizar el mismo proceso, cuando Alex decía a popa, pues a popa corríamos todos, luego a proa, babor y a estribor, pero por muchos esfuerzos que hacíamos el velero no salía, pues esta vez la quilla parecía estar muy enterrada. La única solución era tirarnos todos al agua para reducir el peso. Tras dudar un poco, pues chapotear en aquellas aguas para nadie se hacia un plato de buen gusto, uno tras otro fuimos tirándonos al rio Cassamance. Nos enganchamos en el cayac porque el agua tenía mucha corriente y nos arrastraba.


No sé cuanto duró el proceso, pero a mí se me hizo eterno. Después del remojón y una vez el velero fuera del banco continuamos la travesía con tranquilidad, acompañados de unos cuantos delfines que de vez en cuando se acercaban para juguetear. Así llegamos a Zinguinchor, donde nos despedimos de Alex, Neus y Abraham, pues a nosotros aún nos quedaban unas tres horitas de viaje hasta llegar a casa.


Cogimos como de costumbre un transporte que nos prometió dejarnos en Bissorã pero cuando llegamos a Bula a 1h de nuestra ciudad, el coche paró y no quiso continuar, nosotros nos negábamos a salir pues ese no había sido el trato y a esas horas nos iba a costar mucho encontrar transporte hasta Bissorã. Al final vimos una candonga y nos subimos a ella, se había hecho de noche esperando a que la furgoneta se llenara de pasajeros. A mitad de camino las luces de la camioneta se apagaron, no se veía absolutamente nada, pero el coche continuaba andando a toda velocidad. Comenzamos a gritar pues aquello era realmente peligroso. Los caminos están llenos de personas y animales que van de un lado a otro, además de que nosotros éramos un punto negro en la carretera y cualquier coche nos hubiera podido llevar por delante. Gritábamos para para!! Pero el coche continuo andando en la completa oscuridad unos cuantos metros, hasta que paró y en pocos minutos arregló la avería. Fue un gran susto pero llegamos a Bissorã sanos y salvos después de un increíble viaje por el sur de Senegal.

PAU