Hace un mes que me mudé a Bolivia y medio año en América Latina.
Empiezo a sentir como la grietita
de la distancia se abre cada vez un poco más y hay días que escuece, que me
recuerda lo lejos que estoy y me llama la tierra.
Me encuentro en Santa Cruz de la
Sierra, haciendo frontera con Brasil.
Atrás quedó Cusco y allí quedó también algún pedacito de mí. Aunque no me doy
tiempo a echar raíces voy construyendo nostalgias en cada tierra que vivo,
despidiendo amigos y sabiendo que probablemente no vuelva a recorrer los
callejones, bares y mercados de aquella ciudad.
Volver a empezar en otro país,
tratando de tejer frágiles redes para sobrevivir. Intentando volver hogar las
extrañas paredes y los colchones con pulgas. Pretendiendo volver míos los
rincones ajenos. Incorporando nuevas palabras para hacerme entender. Seguir
sorprendiéndose y aprendiendo en cada paso de este camino que no sé a dónde me
lleva.
Identidad que se complica,
fragmenta y desborda, pues ya no sé si tengo el alma de viajera o soy una
especie de migrante intermitente. Si
viajé por elección, si fue una huida o en cierto modo acabaron echándome. Tal
vez cualquiera de las tres opciones encierre algo de verdad.
Hay días que reniego de esta vida
seminómada que emprendí hace ya ocho años (Suecia, Portugal, Guinea-Bissau,
Senegal, Perú, Bolivia…) días que quiero regresar para empezar a construir nido
en alguna rama. Después, ese mismo pensamiento me aterra, me asusta la
estabilidad y volver a escuchar de nuevo el ruido de las cadenas, regresando a
la alienación, precariedad y frustración.
Inconforme siempre, pero
consciente de que tengo la suerte de
poder buscarme la vida en otras tierras, sin tener que saltar vallas manchadas
de sangre, huyendo del hambre o las balas, poniendo en riesgo mi vida. Migrante o viajera que no ha tenido que vivir
el calvario del racismo y la humillación. Migrante o viajera que siempre tiene
la opción de volver, pero que no tiene billete de vuelta.
Viajera que se halla cuando está más extraviada, sabiendo que me encuentro con mi más profundo yo,
cuando estoy lejos. El perpetuo debate entre ecos y proyecciones, el síndrome del viajero eterno me parece que lo llaman…
La necesidad de querer
estar constantemente en otro lugar y viajar continuamente con la mente allí, la ansiedad de sentir que te estás perdiendo
cosas.
La alegría de no arrepentirme de mi hoja de ruta y seguir coleccionando historias.
La alegría de no arrepentirme de mi hoja de ruta y seguir coleccionando historias.
Cusco-Perú. |