Bissorã es una pequeña ciudad guineana sumergida en el interior del país por un abrazo de naturaleza salvaje, rodeada de mangos, palmeras, baobabs y árboles de cajú.(anacardo)
Es la capital de la región de Oio, una de las más pobres de Guinea-Bissau. Bissorã es una ciudad con una gran carencia de infraestructuras y empobrecida teniendo en cuenta que es la capital de la región.
Toda la actividad se concentra en la plaza. Una rotonda de tierra y cemento en ruinas con unos cuantos bancos de piedra cascada por el paso de los años. En el centro se levanta un gran cartel donde aparecen una pareja de jóvenes abrazándose y el siguiente lema “Jovem rapariga e joven rapaz protegem-se contra o SIDA usando camisinha” (Jóvenes se protegen contra el SIDA usando preservativo) Algo poco efectivo teniendo en cuenta que apenas un 10% de la población habla portugués y sólo el 50% sabe leer y escribir.
Alrededor de esta rotonda se amontonan sombrillas de colores desgatados por el sol y roídas por el tiempo. Bajo las sombrillas se sientan las mujeres exponiendo en una destartalada mesita de madera los productos con los que se ganan unos cuantos francos para sobrevivir. Se venden bananas, mangos, cacahuetes, bollos de harina con azúcar y unas bolsitas de plástico con dos tipos de agua: la filtrada a 50francos y la de pozo a la mitad de precio. También alrededor de la plaza se encuentran unas tiendecitas construidas con chapa, donde se venden productos importados. Los propietarios de estos negocios son gente con mayor poder adquisitivo, la mayoría de ellos, hombres de Guinea-Conakry. Venden leche en polvo, galletas, latas de sardinas, aceite de girasol y Kornabife, una especie de mortadela enlatada con un sabor bastante extraño que me recuerda al paté. Las tiendas más sofisticadas disponen de un generador, donde pueden conectar una nevera y tener durante algunas horas bebidas frescas, lujo que casi nadie puede permitirse comprar.
En la rotonda también se encuentra la discoteca de la ciudad, un edificio fantasma que pocas veces suele funcionar, ya la que apenas hemos ido un par de veces.
Las calles no tienen nombre, excepto “Rua Bianda” (calle de la comida). Un callejón que surge de la rotonda, dónde se agolpan chabolas de madera y chapa que hacen la función de restaurante. En estas casetas, muchas de ellas regentadas por senegaleses, se hacen desayunos y comidas, se cocinan platos de arroz con mafe (salsa de carne o pescado) y bocadillos de huevo o judías pintas. También se vende solo a ciertas horas del día el café Touba, tradicional de Senegal, especiado con clavo y pimienta. Las condiciones de higiene y salubridad son nefastas pero los estómagos africanos están curados de espanto y al mío no le ha costado mucho adaptarse. Paralela a la “Rua Bianda” se encuentra la calle del mercado y los “alfaiates” (costureros). La primera vez que entre al mercado, salí con ganas de vomitar, estas nauseas fueron causadas por el fétido olor que desprendían los pescados expuestos durante demasiadas horas al Sol y recubiertos de innumerables moscas. Los lugares de trabajo de los alfaiates son mesas con máquinas de coser expuestas al aire libre y montones de paños coloridos colgados de un lado a otro de la pared. Tras la plaza, se encuentra” Paragem”, uno de los lugares más ajetreados de la ciudad, allí se concentran los coches esperando a llenarse para transportar viajeros a otras ciudades del país. Después del centro neurálgico surgen caminos de tierra erosionada por dónde se dispersan las viviendas de adobe y techo de paja o chapa formando un laberinto caótico, extendiéndose varios km como brazos de pulpo que se sumergen entre la vegetación tropical
Los animales en Bissorã campan a sus anchas, merodeando entre los montones de basura que rebosan en cada esquina e incluso invadiendo las viviendas que carecen de puertas. Cerdos, gallinas, cabras y burros vagabundean libres por los caminos, alimentándose de cualquier residuo. También abundan los perros, esta vez animales sin dueño. Canes pulgosos llenos de heridas abiertas infectadas de moscas y a los que se les transparentan los huesos. Estos chuchos moribundos, son huidizos y somnolientos pues más que caricias reciben pedradas. Las vacas son algo más organizadas, decenas de reses son guiadas y controladas por niños que no superan los 9 años de edad, no dejo de sorprenderme cada vez que me encuentro con esta estampa.
A parte de los animales comunes de granja, están los animales salvajes o animales de mato como los denominan aquí, bastante más difíciles de ver, excepto el “jugudé” (buitre), que abunda como las palomas en cualquier ciudad europea y los diferentes tipos de lagartos y camaleones. En la selva se esconden los monos, gacelas, puercoespines, osos hormigueros, serpientes, a las que se le otorgan poderes sobrenaturales y hienas. A los monos he tenido la suerte de encontrarlos saltando de árbol en árbol, a las gacelas también pues las suelen cazar para comer, también he avistado alguna serpiente pensando que eran inofensivas para más tarde enterarme de que una sola mordedura puede llegar a matar a un hombre. A los que no he tenido el “placer” de conocer son a las hienas, que deben ocultarse en la profundidad de la selva o quizás ser un mito del imaginario guineano. También existen los animales acuáticos que viven en el rio Nora. Allí habitan una pareja de hipopótamos y algunos cocodrilos, aún no los he visto porque suelen llegar en la época de lluvias. Y hablando de animales no podría faltar la mascota icono de Bissorã, el camello, un autentico sobreviviente. Es un regalo de Gadafi. El pobre animal anda siempre desorientado en un habitad que para nada es el suyo y sin ningún tipo de compañía de su misma especie, pues los otro cinco camelos que venían como paquete en el presente del dictador libio murieron por falta de adaptación. Cada vez que el camello hace acto de presencia por la plaza, forma un cómico revuelo. Los niños corren detrás de él gritando “Camelo, camelooo camelooo!!” y las mujeres huyen, pues el animal alarga su cuello para comer las barras de pan que portan sobre sus cabezas.
Para terminar con la fauna de la ciudad tengo que nombrar el reino de los insectos, muy variopinto por cierto. Las reinas son las termitas, que construyen sus palacios en todos los lugares, son los arquitectos de la naturaleza y sus edificios pueden llegar a medir más de 2 metros. Si te descuidas en menos de un día comienzan la edificación de sus castillos de serrín y arena en el centro de la habitación. Las casas de las termitas se denominan Baga-baga, y en Guinea tienen connotaciones mágicas.
El cielo que envuelve todo este paisaje es limpio y de un azul resplandeciente exento de polución. Cuando anochece la ciudad desaparece, al menos para mis ojos. No existe la electricidad en todo el país y exceptuando las noches de Luna llena se hace difícil caminar, pero sus habitantes son como los gatos, disponen de una visión nocturna excelente, son capaces de reconocerse a varios metros de distancia en la penumbra e incluso de montar en bicicleta por los caminos imposibles cubiertos de baches y socavones. Por donde he caído varias veces intentando imitar sus habilidades. Mirar al cielo las noches de Luna Nueva es espectacular pues se encuentra bañado por un mar de estrellas brillantes que parecen velas encendidas en una enorme tarta negra.
No puedo hablar de esta ciudad sin hablar de su gente, sin lugar a dudas lo que me ha cautivado y ha hecho tan agradable mi vida aquí en África. Los guineanos son personas conectadas a la tierra, alejadas del mundo asfaltado donde nada puede crecer. Viven de lo que mamá naturaleza las otorga y conviven en armonía con los animales. Son sinceros y naturales, no se andan por las ramas a la hora de decirte cualquier cosa, para lo bueno y lo malo son claros hasta la médula. Son serviciales y muy hospitalarios, muy rara vez tratan de engañar a un blanco, aunque para ellos seamos símbolo indiscutible de dinero. Si necesitas ir a cualquier lugar y andas algo perdido, son los primeros en acompañarte donde haga falta, hasta el punto de que desmesurada hospitalidad llegue a agobiarnos. Abren las puertas de sus casas confiados y sin esperar nada a cambio y lo entregan todo a pesar de lo poco que tienen. Son gente alegre y sencilla a pesar de vivir en unas crudas condiciones de vida.
PAULA MUÑOZ ANTÓN