lunes, 30 de mayo de 2011

Bissorã, mi ciudad africana.

Bissorã 25-05-2011


Bissorã es una pequeña ciudad guineana sumergida en el interior del país por un abrazo de naturaleza salvaje, rodeada de mangos, palmeras, baobabs y árboles de cajú.(anacardo)
Es la capital de la región de Oio, una de las más pobres de Guinea-Bissau. Bissorã es una ciudad con una gran carencia de infraestructuras y empobrecida teniendo en cuenta que es la capital de la región.
Toda la actividad se concentra en la plaza. Una rotonda de tierra y cemento en ruinas con unos cuantos bancos de piedra cascada por el paso de los años. En el centro se levanta un gran cartel donde aparecen una pareja de jóvenes abrazándose y el siguiente lema “Jovem rapariga e joven rapaz protegem-se contra o SIDA usando camisinha” (Jóvenes se protegen contra el SIDA usando preservativo) Algo poco efectivo teniendo en cuenta que apenas un 10% de la población habla portugués y sólo el 50% sabe leer y escribir.
Alrededor de esta rotonda se amontonan sombrillas de colores desgatados por el sol y roídas por el tiempo. Bajo las sombrillas se sientan las mujeres exponiendo en una destartalada mesita de madera los productos con los que se ganan unos cuantos francos para sobrevivir. Se venden bananas, mangos, cacahuetes, bollos de harina con azúcar y unas bolsitas de plástico con dos tipos de agua: la filtrada a 50francos y la de pozo a la mitad de precio. También alrededor de la plaza se encuentran unas tiendecitas construidas con chapa, donde se venden productos importados. Los propietarios de estos negocios son gente con mayor poder adquisitivo, la mayoría de ellos, hombres de Guinea-Conakry. Venden leche en polvo, galletas, latas de sardinas, aceite de girasol y Kornabife, una especie de mortadela enlatada con un sabor bastante extraño que me recuerda al paté. Las tiendas más sofisticadas disponen de un generador, donde pueden conectar una nevera y tener durante algunas horas bebidas frescas, lujo que casi nadie puede permitirse comprar.
En la rotonda también se encuentra la discoteca de la ciudad, un edificio fantasma que pocas veces suele funcionar, ya la que apenas hemos ido un par de veces.
Las calles no tienen nombre, excepto “Rua Bianda” (calle de la comida). Un callejón que surge de la rotonda, dónde se agolpan chabolas de madera y chapa que hacen la función de restaurante. En estas casetas, muchas de ellas regentadas por senegaleses, se hacen desayunos y comidas, se cocinan platos de arroz con mafe (salsa de carne o pescado) y bocadillos de huevo o judías pintas. También se vende solo a ciertas horas del día el café Touba, tradicional de Senegal, especiado con clavo y pimienta. Las condiciones de higiene y salubridad son nefastas pero los estómagos africanos están curados de espanto y al mío no le ha costado mucho adaptarse. Paralela a la “Rua Bianda” se encuentra la calle del mercado y los “alfaiates” (costureros). La primera vez que entre al mercado, salí con ganas de vomitar, estas nauseas fueron causadas por el fétido olor que desprendían los pescados expuestos durante demasiadas horas al Sol y recubiertos de innumerables moscas. Los lugares de trabajo de los alfaiates son mesas con máquinas de coser expuestas al aire libre y montones de paños coloridos colgados de un lado a otro de la pared. Tras la plaza, se encuentra” Paragem”, uno de los lugares más ajetreados de la ciudad, allí se concentran los coches esperando  a llenarse para transportar viajeros a otras ciudades del país. Después del centro neurálgico surgen caminos de tierra erosionada por dónde se dispersan las viviendas de adobe y techo de paja o chapa formando un laberinto caótico, extendiéndose varios km como brazos de pulpo que se sumergen entre la vegetación tropical

Los animales en Bissorã campan a sus anchas, merodeando entre los montones de basura que rebosan  en cada esquina e incluso invadiendo las viviendas que carecen de puertas. Cerdos, gallinas, cabras y burros vagabundean libres por los caminos, alimentándose de cualquier residuo. También abundan los perros, esta vez animales sin dueño. Canes pulgosos llenos de heridas abiertas infectadas de moscas y a los que se les transparentan los huesos. Estos chuchos moribundos, son huidizos y somnolientos pues más que caricias reciben pedradas. Las vacas son algo más organizadas, decenas de reses son guiadas y controladas por niños que no superan los 9 años de edad, no dejo de sorprenderme cada vez que me encuentro con esta estampa.
A parte de los animales comunes de granja, están los animales salvajes o animales de mato como los denominan aquí, bastante más difíciles de ver, excepto el “jugudé” (buitre), que abunda como las palomas en cualquier ciudad europea y los diferentes tipos de lagartos y camaleones. En la selva se esconden los monos, gacelas, puercoespines, osos hormigueros, serpientes, a las que se le otorgan poderes sobrenaturales y hienas. A los monos he tenido la suerte de encontrarlos saltando de árbol en árbol, a las gacelas también pues las suelen cazar para comer, también he avistado alguna serpiente pensando que eran inofensivas para más tarde enterarme de que una sola mordedura puede llegar a matar a un hombre. A los que no he tenido el “placer” de conocer son a las hienas, que deben ocultarse en la profundidad de la selva o quizás ser un mito del imaginario guineano. También existen los animales acuáticos que viven en el rio Nora. Allí habitan una pareja de hipopótamos y algunos cocodrilos, aún no los he visto porque suelen llegar en la época de lluvias. Y hablando de animales  no podría faltar la mascota icono de Bissorã, el camello, un autentico sobreviviente. Es un regalo de Gadafi. El pobre animal anda siempre desorientado en un habitad que para nada es el suyo y sin ningún tipo de compañía de su misma especie, pues los otro cinco camelos que venían como paquete en el presente del dictador libio murieron por falta de adaptación. Cada vez que el camello hace acto de presencia por la plaza, forma un cómico revuelo. Los niños corren detrás de él gritando “Camelo, camelooo camelooo!!” y las mujeres huyen, pues el animal alarga su cuello para comer las barras de pan que portan sobre sus cabezas.
Para terminar con la fauna de la ciudad tengo que nombrar el reino de los insectos, muy variopinto por cierto. Las reinas son las termitas, que construyen sus palacios en todos los lugares, son los arquitectos de la naturaleza y sus edificios pueden llegar a medir más de 2 metros. Si te descuidas en menos de un día comienzan la edificación de sus castillos de serrín y arena  en el centro de la habitación. Las casas de las termitas se denominan Baga-baga, y en Guinea tienen connotaciones mágicas.
El cielo que envuelve todo este paisaje es limpio y de un azul resplandeciente exento de polución. Cuando anochece la ciudad desaparece, al menos para mis ojos. No existe la electricidad en todo el país y exceptuando las noches de Luna llena se hace difícil caminar, pero sus habitantes son como los gatos, disponen de una visión nocturna excelente, son capaces de reconocerse a varios metros de distancia en la penumbra e incluso de montar en bicicleta por  los caminos imposibles cubiertos de baches y socavones. Por donde he caído varias veces intentando imitar sus habilidades. Mirar al cielo las noches de Luna Nueva es espectacular pues se encuentra bañado por un mar de estrellas brillantes que parecen velas encendidas en una enorme tarta negra.
No puedo hablar de esta ciudad sin hablar de su gente, sin lugar a dudas lo que me ha cautivado y ha hecho tan agradable mi vida aquí en África. Los guineanos son personas conectadas a la tierra, alejadas del mundo asfaltado donde nada puede crecer. Viven de lo que mamá naturaleza las otorga y conviven en armonía con los animales. Son sinceros y naturales, no se andan por las ramas a la hora de decirte cualquier cosa, para lo bueno y lo malo son claros hasta la médula. Son serviciales y muy hospitalarios, muy rara vez tratan de engañar a un blanco, aunque para ellos seamos símbolo indiscutible de dinero. Si necesitas ir a cualquier lugar y andas algo perdido, son los primeros en acompañarte donde haga falta, hasta el punto de que desmesurada hospitalidad llegue a agobiarnos. Abren las puertas de sus casas confiados y sin esperar nada a cambio y lo entregan todo a pesar de lo poco que tienen. Son gente alegre y sencilla a pesar de vivir en unas crudas condiciones de vida.

PAULA MUÑOZ ANTÓN

domingo, 8 de mayo de 2011

Un día en Bissorã (Guinea-Bissau, África)


Bissorã, 29 de marzo 2011

Mi barrio en Bissorã

Son las 6 de la mañana y las mezquitas de la ciudad comienzan a llamar a sus fieles para acudir al primer rezo del día. Estos cantos penetran en mi sueño y me hacen abrir los ojos, doy un par de vueltas en la cama y feliz me voy a dormir, pues sé que aún me quedan dos horas más de sueño a duermevela entre el cacareo de los gallos, el rebuznar de los burros, el balar de las ovejas y los golpes en la chapa del tejado de algún buitre torpe.

A las 8 de la mañana llega mamá Arminda cargada de energía dispuesta a terminar de despertarnos con su voz quebrada y aguda “lanta djotos! Sol manse!” (levantar dormilones ya ha amanecido). Pegada a las sabanas por el sudor de toda la noche me voy a la ducha, lleno un cubo de agua fresquita de un bidón que tenemos como depósito y me lo tiro por todo el cuerpo. Ahora ya ha comenzado el día. Pongo agua a hervir para hacer té y salgo a la calle para buscar el “matabicho” (el desayuno). Compro un par de barras de pan recién salidas de un horno de adobe a una mujer que las vende en frente de casa expuestas en una mesita de madera. Si ha sobrado tomate de la cena me hago un pantumaca, si no como un mendrugo de pan con azúcar. Cojo la bici y me voy hasta “Mangulum”. Mangulum es el lugar donde se encuentra la Escuela de Formación Profesional y todas las oficinas de los demás proyectos de ADPP, la ONG con la que trabajo. Le han dado este nombre porque es un lugar repleto de árboles de mango. Por el camino la gente me da los buenos días desde sus casas:

-“Bom dia Paula, Kuma ki bu manse?” (Buenos días Paula, ¿qué tal has amanecido?),

-“Manse diritu obrigado” (Muy bien gracias).

Los niños corretean detrás de la bici gritando mi nombre y aquellos que no se lo saben me gritan “branku pelele” (Piel blanca).

Llego a la oficina del Club de Agricultores, proyecto donde estoy de voluntaria. Los días que no voy a Cawal a trabajar con nuestro proyecto de la escuela me voy a otras “tabancas” (aldeas) con Rosenda o Raquel, dos guineanas que trabajan como animadoras de salud. Nos desplazamos en moto para hacer sensibilización sobre enfermedades como cólera, malaria y sida, uso de letrinas e higiene básica. Si no tengo ninguna salida programada me quedo en la oficina escribiendo estos correos como forma de informaros y para entretenerme. También estoy preparando seminarios de formación para los animadores que trabajan en las tabancas junto con los agricultores. Ahora estoy trabajando en un seminario sobre nutrición y otro sobre técnicas de intervención con la Comunidad. De nutrición no tengo ni idea, por eso estoy leyendo un libro y algunos documentos de la FAO, aparte de que cuando voy a Bissau intento descargarme información en internet. Aquí la alimentación es muy pobre y la mayoría de los niños crecen a base de arroz. Desde el proyecto se intenta que los agricultores enriquezcan su alimentación cultivando otros productos para que los incorporen a su dieta además de que puedan aumentar su producción y venderla en los mercados locales para mejorar la economía familiar. La idea es buena, la práctica es complicada, pues el hábito es lo más difícil de cambiar, aunque es cierto que el proyecto está consiguiendo grandes cosas.

Después del día de trabajo solemos hacer una visita a “Kó de Mana Guida” (Casa de Guida), el único rincón de la ciudad donde puedes tomarte algo fresquito. Y ese algo fresquito suele ser una cerveza que realmente se agradece con este calor. Es nuestro momento de evasión, una forma de conectar con la tradición española de las cañas, pero sin tapa, claro está. Este lugar está de camino a casa, y desde que lo descubrimos suele ser parada obligatoria. Ya sabíamos de su existencia antes de llegar porque otros voluntarios nos habían hablado de Guida, tardamos algo en reconocer el bar, ya que aparentemente es una casa típica guineana, que nada tiene que ver con la idea que tenemos interiorizada de bar, por muy cutre que lo pintemos en España. En Guida siempre nos reunimos los mismos y se forma una pequeña familia. En realidad Bissorã es una ciudad enlazada de parentescos, donde todos son primos, hermanos, nietos, abuelos, tíos… es un gran árbol genealógico.

Mientras disfrutamos de la cervecita suele andar el pequeño Fabio correteando por la casa. Fabio es el nieto de Mana Guida, y el niño más encantador de Bissorã. Tiene cuatro añitos y es un puro torbellino de alegría, es imposible pasar un segundo a su lado sin sonreír. Baila y canta el “Waka, waka” con mas estilo y salero que Shakira.

Después de una, dos o tres cervezas, según las ganas y dependiendo de nuestra economía de voluntarios, volvemos a casa, donde nos espera Arminda entre el fogón de carbón cocinando el plato típico: arroz, una ensalada de tomate y alguna que otra variación, que suele ser berenjena, pescado o patata. Cenamos a eso de las siete y media de la tarde, hora a la que el sol se esconde, dejando una increíble imagen en el horizonte y tiñendo el cielo de un rosa amoratado.

Si han comprado gasolina (cosa que rara vez suele ocurrir) encendemos el generador, todo un ritual y se hace la luz. Si no, cenamos a lo romántico, con un par de velas prendidas. Mientras comemos se van uniendo a la mesa diferentes amigos que pasan por enfrente de casa, o conocidos y desconocidos que nos saludan desde la ventana. Como dice el refrán, donde comen dos comen tres, y más en África.

Luego aparece Leopold, nuestro guardián, del que ya os he hablado varias veces. Con una sola mirada ya podemos averiguar las condiciones en las que llega. Si no anda con un trago de más de vino de palma se une con nosotros a la mesa y nos divierte con alguna de sus excéntricas anécdotas. La última novedad que le pasa por su cabecita loca, es irse a Cabo Verde en cayuco. La distancia que separa Cabo Verde con Guinea es realmente grande, pero Leopold piensa, que desde Guinea se avistan las luces de Praia, capital del archipiélago caboverdiano. Sólo tendría que seguirlas para llegar hasta allí. Verdaderamente este viaje sólo puede tener cabida en la cabeza de un gran soñador. Es una travesía imposible para una canoa a remos. Realmente confía en este viaje y tiene la esperanza de que seamos su tripulación.

Si aparece Eldabliu pasamos la noche tocando y cantando, si aparecen algunos niños, jugando, y así cada noche una noche diferente.

La verdad es que me gusta que la casa esté llena siempre de gente, porque le da alegría y vida. Me gusta la forma de vida africana, donde las puertas siempre están abiertas para todo el mundo y donde la gente es hospitalaria y cercana. Pero sinceramente muchas veces echo de menos los momentos de tranquilidad e intimidad. En un país donde todo se comparte, donde las casas muchas veces carecen de puertas o ventanas, donde un mismo cuarto pueden dormir hasta diez personas y las paredes son de papel de fumar, la intimidad se convierte en un reto casi imposible. En Europa es fácil cruzarse con un vecino y ni siquiera compartir una mirada, aquí tus vecinos son tu familia y como tal debes tratarles, se que acabaré echando todo esto de menos. Bueno aún me quedan 2 mesecitos más para exprimir todo lo bueno que tiene este país y seguir disfrutando, y quién sabe si algún día volveré.

PAU