Finalmente optamos por la aventura, ya habían pasado un par de días y todo andaría calmado después del altercado.
Madrugamos un poquito para despedirnos de Mamadú y Hadí, también de René y Uri que decidieron quedarse en Senegal.
Cogimos un coche que nos llevaría directamente al nuevo destino: The Gambia. El trayecto dio para hablar mucho con los otros viajeros con los que compartíamos coche, especialmente con Binta, una gambiana de 20 años y Fatu, una señora muy grande con mucho caracter y desparpajo. Fatu nos ofreció su casa como hostal, tres personas por noche y comida incluida 8.000 xfca (11€). Nos pareció genial y decidimos ir con ella, tampoco sabíamos muy bien donde íbamos a dormir al llegar. En la frontera nos libramos de pagar gracias a Fatu, normalmente piden un mínimo de 10.000 xcfa, además tuvimos la suerte de ser sellados con un visado de 28 días. Cogimos un barco que nos cruzaba el río hasta llegar a la capital, Banjul (unos 20 minutos de trayecto) una vez allí, la policía nos paró, para registrarnos minuciosamente e intentar sacarnos algo de dinero, pero no consiguieron nada, una vez mas gracias a Fatu. Cogimos un taxi hasta la casa de esta mujer, allí Binta se despidió de nosotros diciéndonos que la llamáramos si algo no nos gustaba.
La casa estaba más lejos de lo que nos imaginábamos, de echo estaba en otra ciudad. Durante el trayeto pude observar la enorme presencia policial existente en este país, lo cual me dejó impresionada, me produjo una mezcla entre miedo y respeto.
Llegamos a Ido Tawn, un lugar muy alejado y sin electricidad, algo que en Guinea es común, pero que en Gambia te sorprende. Entremos en casa y nos acomodamos en la habitación, es aquí cuando Fatu nos mostró su otra cara: la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas. Trató de timarnos, engañándonos con el precio, en el coche habíamos acordado 8.000 xcfa, ella ahora nos decía que eran 8.000 Dálasis (moneda de Gambia), unos 260 euros. Nos quedamos a cuadros, era un precio imposible, nos levantamos dispuestos a marcharnos, aunque no sabíamos donde, entonces ella aflojó, dándose cuenta que no nos iba a sacar mucho dinero. Llegamos a un acuerdo, aunque nos subió tres euros más el precio inicial, no teníamos ninguna opción.
Después de sentirnos timados, la estancia en aquella casa y con esa mujer dejó de ser tan idílica. Fatu comenzó a producirnos un profundo rechazo, además de que era incómodo verla paseándose en bolas por toda la casa, mostrando su enorme cuerpo sin ningún pudor. En cambio, la familia parecía algo mas sencilla. El hijo, un colgao que de unos veintipocos que había sobrevivido en Londres vendiendo Marihuana, y el marido, un señor muy callado y poquita cosa al lado del caracter de su señora.
Al día siguiente despertamos plagados de picaduras de mosquitos, no conseguimos dormir. Panto contó al rededor de 120 picaduras en su cuerpo, raro será que nos libremos de la Malaria. Llamamos a Binta, la chica que conocimos en el viaje, para pasar el día con ella. Nos presentó a Mátar, su hermano, que trabajaba en el mercado de Serakunda (otra ciudad). Cerró la tienda para acompañarnos en el paseo. Nos llevaron hasta Kachicali, donde pudimos cocodrilos. Me impactó muchísimo verles tan de cerca, tan cerca que incluso los toqué.
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Con los cocodrilos de Kachicali (The Gambia) |
En un solo día habíamos estado en tres ciudades diferentes, debido al diminuto tamaño del país. Matar y Binta eran encantadores, sin conocernos de nada nos trataban con una cercanía impresionante. Nos ofrecieron ir a su casa para vivir el resto de los días totalmente gratis. Aceptamos la propuesta, ambos eran muy amables, nos inspiraban mucha confianza y queríamos huir del castillo de la Reina de Corazones.
Nos desplazamos hasta nuestra nueva residencia en Gambia, allí estaban: la madre de Binta y Mátar, cuatro hermanos e Ismael, el hijo de Binta. Nada mas entrar en la casa sentimos la gran hospitalidad.
Esta misma noche, 31 de diciembre, nos acompañaron a buscar unas uvas por todo Gambia, al final las conseguimos acompañadas de una botella de anís. El tiempo se nos echó encima y nos tuvimos que comer las uvas en un taxi, cantando nosotros mismos las campanadas, sin saber la hora, los minutos ni los segundos al compás libre.
Celebramos la nochevieja en una zona llamada Senegambia, sinceramente el sitio no era de mi agrado. Gambia es un país muy turístico y aquel lugar parecía Benidorm. Pero lo pasamos muy bien junto a nuestros nuevos amigos. Cada vez nos sentíamos mas a gusto con ellos.
El día de año nuevo compramos ocho peces frescos por el módico precio de 60 céntimos y nos fuimos juntos con Mátar a la playa de Bambú.
Nunca olvidaré esta playa, es la típica imagen de una postal paradisiaca, rodeada de selva. Allí pasamos el día y la resaca. Asamos los peces en una barbacoa, acompañados de unas cerves y volvimos a casa con unos chocolates para lo niños. Allí nos esperaba toda la familia, tomamos té y nos fuimos a dormir porque andábamos reventados de todo el día. Mátar, una vez más, nos mostró su generosidad, durmió en el sofá para cedernos su cama.
Así acaba nuestra estancia en Gambia. A la mañana siguiente nos despedimos de la encantadora familia, que nos lo había dado todo si esperar nada a cambio, prometiendo volver a vernos.
Ahora nos esperaba la vuelta de nuevo a Ziguintchor, donde nos encontraríamos con Uri para volvernos juntos hasta Bissorã.
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Puesta de Sol en la playa de Bambú
PAULA MUÑOZ ANTÓN |